América Malbran Porto e Ivón Cristina Encinas Hernández
El estudio de las fuentes históricas de Mesoamérica y la arqueología de Nicaragua ha servido para tratar de explicar la presencia de pobladores nahuas fuera de su territorio, lo que ha generado acuerdos y oposiciones entre los especialistas. Se revisan las hipótesis establecidas, las contradicciones entre ellas y la manera en que los arqueólogos han establecido un mecanismo de centro-periferia que desde hace un siglo explica muchas situaciones que al parecer son bastante más complejas.
Nicaragua, como toda Mesoamérica tuvo grandes cambios culturales por sucesos de diversa índole, como las migraciones ocurridas a lo largo de su historia. Mucho se ha escrito sobre el puente geográfico que constituyó Nicaragua en el cruce de las culturas que originándose en el norte y en el sur del continente debieron, obligadamente, tener su “choque” o encuentro en esta tierra; motivos muy poderosos como el hambre, la guerra y quizá las enfermedades, obligaron a estos grupos a emigrar y alejarse para siempre de su lugar nativo (Dávila Bolaños, 1963:13-14).
Aunque todavía no existe claridad acerca de la época en que migraron estos grupos, se sabe que aproximadamente hacia el año 500 DNE, ya existían comunidades alfareras que habitaban la península de Nicoya, el Istmo de Rivas, las islas del lago de Nicaragua y Masaya. A la cerámica encontrada no se le advierte una influencia mesoamericana, por lo que la migración tanto de los chorotegas como de los nicaraos debió provocar el desplazamiento de aquellos primitivos habitantes de sus asentamientos tradicionales, o bien, estos pudieron integrarse con los recién llegados. Pensamos que el análisis de las fuentes históricas puede permitirnos un acercamiento al conocimiento del origen de las corrientes migratorias que fluían por el territorio de la actual Nicaragua, tanto del sur como del norte, así como su estrecha relación con las comunidades nahuas del centro de México.
De acuerdo con Consuelo Sánchez (1994:30-33) los primeros grupos de tribus nómadas y seminómadas que llegaron a Nicaragua provenían del norte de México, y entre ellos se encontraban los otomíes y los toltecas. Los otomíes llegaron a construir un poderío, pero este fue al poco tiempo destruido por los toltecas, quienes son considerados como los primeros grupos nahuas comprobables históricamente. Los toltecas se establecieron en el altiplano de México y después se trasladaron a Tula, donde constituyeron su centro político-ceremonial aproximadamente en la segunda mitad del siglo VIII.
Según los anales, antes de la destrucción de Tula, Quetzalcóatl emigró con un gran contingente tolteca hacia el sur. La ruta seguida, al parecer, fue Cholula, Coatzacoalcos, hasta llegar a Yucatán.
La ruta que siguieron
Con la destrucción de Tula, al parecer por las invasiones chichimecas en el siglo XII, daría inicio la emigración y expansión de grupos toltecas-nahuas a lo largo de Mesoamérica transformando sus espacios regionales. Un grupo de nahuas-toltecas salió del centro de México rumbo a Cholula, en donde derrotaron a los olmecas históricos y se apropiaron del lugar. Siguieron avanzando hacia Veracruz, Tuxpan, Tabasco y el Soconusco, y de ahí otros continuaron hacia el litoral Pacífico de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. Algunos se fueron quedando en el camino y formaron comunidades propias o bien se integraron a grupos ya establecidos, pero otros más, como los nicaraos, continuaron su recorrido hasta sitios más lejanos como la actual Nicaragua (León-Portilla, 1972:7-9; Dávila Bolaños, 1964:3).
Con el relato del padre Bobadilla, trascrito por Oviedo (1528), en el cual afirman los nahuas riverenses tener como patria original los lugares de Ticomega y Mahuatega, que Lehman identificó en 1915 con Ticomán y Miahuatlán, Cholula, México, los historiadores llegaron a la unánime conclusión de que estos nahuas eran toltecas, y que se establecieron en Rivas después de la caída de Tula (1150 d.C. aproximadamente), esto es a finales del siglo XII o comienzos del XIII (Dávila Bolaños, 1964:3).
Miguel León-Portilla considera que los nicaraos, radicados a lo largo de la costa del Pacífico, tuvieron su principal asiento en el Istmo de Rivas, es decir, en la estrecha faja de tierra que se extiende entre el Océano y el Lago de Nicaragua (León Portilla, 1972:9).
En opinión de varios investigadores, el centro de México fue el punto de partida de los nicaraos-pipiles. Sin embargo, no hay acuerdo sobre su procedencia ni la época de su emigración hacia Nicaragua. Otros sugieren a Cholula como el lugar de origen de los nicaraos y la época de su emigración la ubican entre los siglos IX y XI. Como quiera, la mayoría coincide en que los nicaraos y pipiles eran de filiación nahua, y que emigraron juntos: los pipiles se establecieron en El Salvador y los nicaraos continuaron su camino hasta asentarse en la región de Rivas y de los lagos en Nicaragua (Sánchez, 1994: 33-34).
En cuanto a la emigración de los chorotegas a Nicaragua, o nicoyas, como los llama Torquemada, se trataba de un grupo que vivía en el Soconusco, Chiapas. Los chorotegas huyeron de Cholula ante el avance de los toltecas y de los olmecas-xicalanca, así como de otros grupos poderosos, derrotados y expulsados de sus originales territorios. Los chorotegas, entonces, se desplazaron hacia América Central, asentándose en Nicoya, Nicaragua. Según se deduce de lo señalado por Torquemada, los nicaraos y los chorotegas emigraron juntos desde el Soconusco hasta Nicaragua, aproximadamente en el siglo XII (Sánchez, 1994: 34; Dávila Bolaños, 1964:3).
El mismo autor, haciendo referencia de un documento llamado Executoria de las tierras de los pueblos de Chiapa, Acala y Chiapila, 1706, señala que en él los chiapanecos hacen conocer que más de mil años antes de la conquista hispana estaban en posesión de sus derechos territoriales y habían enviado colonias a Nicaragua (Sánchez, 1994: 35).
Sobre los pobladores de Chiapas y Nicaragua, el padre Clavijero da una narración sumamente cristianizada: “Los chiapanecas, si damos crédito a sus tradiciones, fueron los primeros pobladores de América. Decían que Votan, nieto del gran anciano que fabricó la barca grande para salvarse del diluvio con su familia, y uno de los que concurrieron a la construcción del alto edificio que se hizo para subir al cielo, pasó a poblar aquella tierra por orden de Dios. Añadían que habían ido aquellos pobladores por la parte del norte y que al llegar a Xoconusco se dividieron, yendo unos a poblar Nicaragua y quedando los restantes en Chiapas” (Clavijero, 1964: 62).
Migliazza y Campbell mencionan a los sutiabas como el último grupo étnico que emigró del norte hacia el Pacífico de Nicaragua, los cuales, al parecer, procedían de Guerrero, en México, y llegaron a Nicaragua cerca del año 1200 de nuestra era.
Hasta el momento no se ha encontrado documentación histórica sobre migraciones anteriores a la llegada de los chorotegas, nicaraos y sutiabas a territorio nicaragüense, pero existen materiales arqueológicos de pobladores alfareros en el Pacífico de Nicaragua antes del establecimiento de grupos mesoamericanos, comprobados históricamente.
Cuando los nicaraos comenzaron a penetrar en lo que es hoy territorio nicaragüense, los chorotegas ocupaban ya vastas regiones del litoral Pacífico, pero fueron desplazados hacia otros territorios por los primeros. Según Motolinia, los nicaraos llegaron por mar.
Por su parte, Francisco López de Gómara coincide con la versión anterior al referirse a la fiesta de “Tozoztli”, en la cual, “ya los maizales estaban crescidos hasta la rodilla, repartían cierto pecho entre los vecinos, de que compraban cuatro esclavitos, niños de cinco hasta siete años, y de otra nación. Sacrificábanlos a Tláloc porque lloviese a menudo; cerrábanlos en una cueva que para esto tenían hecha, y no la abrían hasta otro año. Tuvo principio el sacrificio destos cuatro muchachos, de cuando no llovió en cuatro años, ni aun cinco, a lo que algunos cuentan; en el cual tiempo se secaron los árboles y las fuentes, y se despobló mucha parte desta tierra, y se fueron a Nicaragua” (López de Gómara, 1997: 316).
Aunque todavía no existe claridad acerca de la época en que migraron estos grupos, se sabe que aproximadamente hacia el año 500 DNE, ya existían comunidades alfareras que habitaban la península de Nicoya, el Istmo de Rivas, las islas del lago de Nicaragua y Masaya. A la cerámica encontrada no se le advierte una influencia mesoamericana, por lo que la migración tanto de los chorotegas como de los nicaraos debió provocar el desplazamiento de aquellos primitivos habitantes de sus asentamientos tradicionales, o bien, estos pudieron integrarse con los recién llegados (Sánchez, 1994: 38).
A pesar de las pocas investigaciones arqueológicas realizadas hasta el momento en antiguas zonas de población chorotegas, en todos los poblados de Masaya se ha encontrado un gran número de pequeñas esculturas que nos recuerdan algunas representaciones escultóricas propias del estado mexicano de Guerrero, caracterizadas por tener los brazos cruzados sobre el pecho o en alto.
Igualmente, en la región de Managua las investigaciones arqueológicas han sido sumamente escasas. Sin embargo, los datos lingüísticos e históricos señalan a Managua como territorio chorotega con colonias de nicaraos. Una de esas colonias parece haberse establecido cerca de la ciudad de Managua, en la laguna llamada Asososca (Sánchez, 1994: 40). A partir del material arqueológico hallado en el Pacífico de Nicaragua podemos hacer ciertas inferencias sobre el grado de desarrollo alcanzado por los grupos de tradición mesoamericana.
Retomando las crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo y lo que en ellas se cita de Francisco de Bobadilla sobre los principales pueblos de los nicaraos.
Perros mudos y deformación de cráneos
De Oviedo también se retoma el consumo de perros mudos “que no sabían ladrar”, los cuales se criaban y engordaban con este fin, y constituían el mejor manjar de todos. La cabeza solo la comía el rey o la persona más principal del convite.
Los nicaraos también practicaban la deformación craneal. Un informante de Bobadilla declaraba que a los recién nacidos les apretaban la cabeza “con dos tolodrones a los lados dividiendo, é queda por medio de la cabeça un gran hoyo de parte á parte” (Bobadilla, cap. 3, en: Chapman Op. Cit.: 3)
Los nicaraos tenían libros: “Tenían libros de pergaminos que haçían de los cueros de los venados, tan anchos como una mano o más, é tan luengos como diez o doce passos, é más é menos, que se encogían é doblaban é resumían en el tamaño é grandeça de una mano por sus dobleces uno contra otro [...] y en aquestos tenían pintados sus caracteres o figuras de tinta roxa ó negra [...] y en estos tales libros tenían pintados sus términos y heredamientos, é lo que más les paresçia que debía estar figurado, así como los caminos, los ríos, los montes é boscajes é lo demás, para los tiempos de contienda o pleyto determinarlos por allí, con parecer de los viejos, guegues”, Fernández de Oviedo, Op. Cit.:65).
Actividades
En cuanto a la división de actividades, entre hombres y mujeres, Fernández de Oviedo señala lo siguiente: “Tienen cargo los hombres de proveer la casa propria de la labor del campo é agricoltura é de la caça é pesquería y ellas del tracto é mercaderías: pero antes quel marido salga de casa, la ha de dejar barrida y ençendido el fuego e luego toma sus armas é va al campo ó á la labor dél ó á pescar ó caçar ó hacer lo que sabe é tiene por exercicio” (Fernández de Oviedo, Op. Cit: 69).
Otros ejemplos de costumbres de los nicaraos sobre los cuales se han hecho interesantes comparaciones son: el juego del volador (Figura 6), el comelagotazte, los bohios, la tradición cerámica, y la escultura en piedra.
Otra muestra de lo anterior es cuando remite la existencia y uso de un árbol oriundo de Nicaragua que servía para sanar huesos rotos: “
el cual en la forma de las hojas y en la forma de crecer difiere poco del tuna, a no ser que tiene el tronco más recto. Sus hojas son gruesas, espinosas y feas: da un fruto compacto, del tamaño de una aceituna, de color rojo, cubierto de espinas como pelos, con el cual los salvajes forman una pasta que tiñe de un bello color rojo, y las mujeres usan para acicalarse; las hojas, después que les quitan las espinas, y las trituran, las aplican como emplasto sobre los huesos rotos, siempre que antes los hayan llevado a su lugar, solidificándolos en forma extraordinaria”
LIC:RENE DAVILA / 16060011
FUENTE: LA PRENSA.