jueves, 12 de septiembre de 2013

Walker esclavista del sur de EEUU.



Ahí estaba. El gringo de 32 años, de aspecto patibulario, que había venido 13 meses antes para echar a unos del poder, investido como presidente. El mismo que nació en un estado esclavista del sur, que tuvo una novia sordomuda y que hizo estudios de Medicina en Pennsylvania.

“Con la mayor efusión de gozo entrego el mando supremo de la República, seguro y satisfecho de que vas a darle su quietud, progreso y respetabilidad. Yo lo conozco, los pueblos igualmente; puesto que han depositado la confianza que has aceptado”.

Esas palabras de entusiasmo las pronunció Fermín Ferrer en el acto solemne celebrado en Granada el sábado 12 de julio de 1856 durante la investidura del filibustero William Walker, como presidente de Nicaragua.
 El mismo discurso se leyó después en inglés.

Acto seguido Ferrer, dirigente legitimista, juramentó al nuevo mandatario que había sido elegido con 8,401 votos, según refieren los documentos recopilados por Alejandro Bolaños Geyer, en su libro Walker, el predestinado de los ojos grises, que se descarga en la biblioteca virtual de Enrique Bolaños.

Walker llegó a Nicaragua en junio de 1855, con 55 hombres, “la Falange democrática”, que no era más que una banda de filibusteros. El estadounidense se arrodilló e hizo la promesa de ley, ofreció luego un discurso en aquella ciudad que se alza a la orilla del lago y que se engalanó ese día para la celebración.

“Confío sinceramente que todos los buenos ciudadanos me ayudarán al sostenimiento de aquel orden de las cosas”, dijo, y luego fustigó contra los ejércitos de los países vecinos que intentaban echarlo del país. “Los otros cuatro Estados de Centroamérica, sin razón y sin justicia, intentan intervenir en los negocios de Nicaragua”.

Los datos biográficos sobre Walker —recopilados por Bolaños Geyer— son los siguientes: nació en Nashville, Tennessee, el sur de Estados Unidos, el 8 de mayo de 1824. Sus padres eran de origen escocés. De niño le decían “Billy”. “Siempre fue serio y taciturno”. Fue alumno destacado desde la adolescencia.

Quienes lo conocieron antes de convertirse en un aventurero decían que era una persona de carácter tranquilo, que habría cambiado mucho después del noviazgo que sostuvo con una muchacha sordomuda, muy bella por la que había aprendido el lenguaje de señas.

FRACASO EN SONORA


Rompieron por “una desavenencia y antes de que pudieran reconciliarse ella falleció”, relata Bolaños Geyer. Su muerte lo convirtió en un hombre melancólico y más tarde se transformó en el aventurero.

A comienzos de 1852, Walker partió con una expedición militar a Sonora. Recién había muerto su madre quien siempre lo llamó “Billy”. En el estado mexicano, el filibustero tenía pretensiones de fundar una República y de instaurar la esclavitud. Para lograr su empresa puso a la venta el “país” que aún no había conquistado. Este proyecto al final fracasó. Sin embargo, se considera que su expedición a Sonora, aunque fue repudiada por la opinión pública, habría empujado la compra forzada que hizo Estados Unidos de territorio mexicano.

Por eso fue juzgado en San Francisco, pero al final fue absuelto. Volvió a ganarse la vida con el periodismo y retomó la política.

En 1856 después que fue investido en Granada como el nuevo mandatario, una de sus primeras decisiones fue instaurar la esclavitud. Distintos textos históricos sostienen que Walker habría ofrecido llevar a los estados del sur alrededor de “20,000 indios” nicaragüenses, a los que consideraba tan fuertes como “los negros” para las actividades agrícolas.

El filibustero contaba con el apoyo de algunos políticos sureños que sobredimensionaban sus acciones en Nicaragua, pero también con adversarios sobre todo de los estados del norte que denunciaban las fechorías cometidas por el filibustero en el país.

Fusilado en Honduras

“El general William Walker fue fusilado el 12 de los corrientes a las ocho de la mañana. Exhibió a través de todo la mayor serenidad; ni siquiera cambió de color mientras caminaba de la prisión a la plaza en donde lo ejecutaron. Dos soldados con espadas desenvainadas marchaban delante de él y lo seguían tres con bayonetas caladas. Llevaba un sombrero en la mano derecha y en la izquierda un crucifijo”. Así describió la crónica de The New York Herald del 4 de octubre, dando cuenta del fusilamiento del filibustero en Trujillo, Honduras, según el libro de Alejandro Bolaños Geyer, El Predestinado de los ojos grises , disponible en la biblioteca virtual del expresidente Enrique Bolaños. 

El cronista escribió que aunque no podía hablar con fuerza, habló bajo al cura y dijo que le pedía perdón a la gente por todos los daños causados. 

El pelotón de diez hombres dio un paso al frente y de inmediato descargaron fuego. El filibustero murió al instante. El cónsul norteamericano pagó su sepelio



LA RENDICION DE LOS FILIBUSTEROS DE WALKER.



A comienzos de 1857 la guerra se trasladó al sur. Rivas y sus pueblos cercanos como San Jorge, La Virgen y San Juan del Sur, que eran claves para el filibusterismo, se transformaron en escenario de escaramuzas entre los ejércitos aliados y los filibusteros de William Walker.

Atrás quedaban Granada quemada y Masaya ensangrentada, en manos ya de los aliados.

También había control de la ruta del río San Juan. El ejército costarricense, que combatía a los gringos filibusteros, estaban posicionados en la ruta del río y sus fuertes en San Carlos y El Castillo.
El mes anterior, diciembre había sido clave para la guerra contra Walker. Los costarricenses se apoderaron de todos los vapores de la Compañía de Tránsito.

Había entrado a financiar la guerra antifilibustera el comodoro Cornelius Vanderbilt, a quien Walker había despojado de sus derechos en la Compañía de Tránsito. Vanderbilt, decidido a echar a Walker y su gente, había buscado a un diestro marino de apellido Spencer y lo puso a las órdenes de Juan Rafael Mora, el gobernante tico.

“Despojar a Walker de los vapores era una empresa que se consideraba de titanes. La realización de ese hecho en tan pocos días levantó el espíritu de los centroamericanos”, escribió José Dolores Gámez, en su libro Historia de Nicaragua.

ESPERABA REFUERZOS


Pero Walker, que seguía atrincherado en Rivas, a comienzos de 1857, confiaba en que llegarían refuerzos desde Estados Unidos a San Juan del Norte, y que lograría poner la balanza a su favor.

Los primeros tres meses fueron violentos en la zona de Rivas. Se registraron numerosos combates que iban debilitando al bando filibustero.

En marzo se supo que recibiría refuerzos y de inmediato los ejércitos aliados (Nicaragua, Guatemala, Costa Rica, Honduras y El Salvador) enviaron al general Fernando Chamorro con 600 hombres. Chamorro y sus hombres se situaron en la hacienda El Jocote, entre Rivas y San Juan del Sur, y allí esperaron a los 80 hombres que iban a reforzar a los filibusteros. Pronto se abrió fuego. No demoraron mucho en ser abatidos y perseguidos.

También había deserciones continuas. La inyección económica de Vanderbilt se tradujo, en parte, en financiar la repatriación de filibusteros. Los ticos regaban entre las filas invasoras la noticia de que recibirían dinero y pasaje para regresar a su país. Esa estrategia funcionó y ayudó a desgranar las tropas de Walker.

En el campamento de los aliados centroamericanos siempre estaban al borde de nuevas divisiones, según describe Gámez en el capítulo dedicado al final de la guerra.

En esos meses aciagos, había anclado en San Juan del Sur la fragata de guerra estadounidense Saint Mary, al mando del capitán Charles Davis, quien ayudaría a la “capitulación honrosa” de Walker y sus filibusteros, que aceptaron largarse de Nicaragua el primero de mayo de 1857.

El 11 de abril se había producido la última batalla de Rivas, entre los ejércitos aliados, unos 3,000 hombres y las fuerzas filibusteras. No obstante, distintos apuntes sostienen que las tropas aliadas fueron derrotadas en esa última contienda. Que sus bajas humanas fueron grandes y que las de los filibusteros “insignificantes”.

Eso permitió al filibustero irse con “honores”.

Walker no firmó su rendición ante ningún general de los ejércitos aliados, sino ante el capitán Davis. Algunos generales como Tomás Martínez y Pedro Chamorro habrían querido el “pirata”, como también lo consideraban, se hubiera comprometido a no volver a “hostilizar” ningún estado de la región, sin embargo, el general tico José Joaquín Mora habría expresado su aprobación a los términos del compromiso entre Walker y Davis, con tal de ponerle fin al conflicto lo más pronto posible.

Al final de la guerra “tenía más orgullo el vencido que el vencedor”, escribe Gámez. Tampoco se comprometió a no organizar más expediciones en Centroamérica.

Aparte 500 de sus hombres recibieron 30,000 pesos para abandonar la ciudad de Rivas destruida por la contienda.

Años después, en su libro La Guerra de Nicaragua, Walker lamentaría la tardanza de refuerzos y armas:

“Los Estados del Sur convencidos de la imposibilidad de introducir la esclavitud en Kansas, se prepararon para concentrar sus esfuerzos sobre Centroamérica, enviando a San Juan del Norte hombres escogidos y provistos de excelentes armamentos y equipos. Si los mismos esfuerzos se hubieran hecho tres meses antes (de la toma de los vapores), el establecimiento de los americanos en Nicaragua se habría asegurado sin peligro”.

Pero el día de su capitulación en Rivas, las palabras del filibustero, que volvería a Centroamérica en otra expedición y moriría, sus palabras fueron de recriminación.

“Reducidos a nuestra situación actual por la cobardía de algunos, la incapacidad de otros y la traición de muchos, el ejército no obstante ha escrito una página de historia americana que es imposible olvidar ni borrar. Del futuro, si no del presente esperamos un juicio justo”, dijo Walker con su voz aguda y se largó maldiciendo este país.

Zarpó de Rivas con filibusteros enfermos, medio desnudos y descalzos. Se fue a su país vía Costa Rica y Panamá.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

LA GUERRA DE PATRIOTAS NICARAGUENSES CONTRA WILLIAN WALKER FUE EN TIEMPOS DEL COLERA.


La rivalidad entre leoneses y granadinos, dos pueblos que nunca se quisieron, fue de mal en peor en 1854. Don Fruto Chamorro, caudillo legitimista que había sido elegido director nacional del estado nicaragüense tan solo un año antes, quiso quedarse más tiempo en el poder y sus enemigos, los democráticos leoneses, olieron la dictadura que se venía y se fueron a las armas.

Chamorro, nacido en Guatemala, pero de padres nicaragüenses, se proclamó presidente del país, declaró República a Nicaragua, mandó a crear una nueva Constitución, que no entraría en vigor, y cambió la sede de gobierno de León a Granada, donde era un caudillo “amado”.

Los dirigentes leoneses, por su parte, se replegaron a Honduras. Fueron arropados por José Trinidad Cabañas, caudillo hondureño enemistado con Chamorro. Los leoneses se organizaron en el vecino país y en mayo declararon la guerra a Chamorro. El 11 de junio nombraron, ilegalmente, el gobierno provisional y nombraron a Francisco Castellón como director nacional.

Se abrió fuego en ciudades como Rivas y Granada.
Otra vez se enfrentaban granadinos y leoneses. Legitimistas y democráticos. Timbucos y calandracas. Una bandera blanca distinguía a los primeros y una roja a los otros. Dos pueblos que se habían detestado siempre, desde la Colonia.

Chamorro era un hombre de “muy pequeña, pero fuerte estatura, y de voz un tanto nasal”, lo describió el historiador Jerónimo Pérez en su libro de Memorias de la Guerra Nacional .

Pérez dice que el caudillo conservador era también un hombre con mucho valor. “Cuando adoptaba una determinación, era tan resuelto y firme que nada podía hacerle ceder”. Era terco.

Y para acabar de definir su carácter de caudillo, Pérez lo describió también como un hombre sensible. Terminaba llorando por cualquier cosa. Fue “un ángel para unos y un monstruo infernal para otros”, lo resumió José Dolores Gámez en su libro Historia de Nicaragua.

Castellón, que perdió elecciones con Chamorro, pero que había sido diputado y ministro plenipotenciario en Inglaterra y que moriría del cólera, destacó por un error histórico: en su desesperación por sacar del poder al dirigente legitimista arregló con el norteamericano Byron Cole traer a mercenarios estadounidenses para ganar la guerra.

Con el trato estuvo de acuerdo el impulsivo abogado Máximo Jerez, quien después pelearía contra los filibusteros. El contrato aprobado el 28 de diciembre de 1854 estableció que la tropa sería mantenida con “carnes y totopostes”, y que los soldados y sargentos ganarían cuatro reales diarios, mientras que los oficiales un peso y dos pesos el comandante. Se le designó el nombre de “Falange democrática”.

A los pocos días, en los comienzos de 1855, Cole delegó el cumplimiento del contrato en William Walker, quien escribía para el periódico de Cole.

Había un antecedente legal que justificaba la intervención de ejércitos extranjeros en un conflicto nacional. En 1851, en los tiempos cuando fue director nacional José de Jesús Alfaro, el poder legislativo había autorizado al ejecutivo para “solicitar protección armada de cualquiera de los gobiernos de Centroamérica o de otro extraño amigo del de Nicaragua y facultarlo para introducir tropas al Estado, tropas auxiliares, y agregar a las filas a los ciudadanos norteamericanos que quieran prestar sus servicios; ofreciéndoles terrenos baldíos en el Estado”, reza el decreto recogido por distintos textos.

PROTECTORADO INGLÉS


En esa época se hablaba ya de construir un canal interoceánico aprovechando la ruta del río San Juan. Sin embargo, gran parte de ese territorio nicaragüense estaba controlada por Inglaterra, que tenía el protectorado Mosquito.

Para frenar el intento de expansión de los ingleses en Centroamérica, en 1850, esa potencia había suscrito un acuerdo con Estados Unidos, conocido como el tratado Clayton -Bulwer.

La presencia de Inglaterra se consideraba un obstáculo para las pretensiones expansionistas de Estados Unidos y su “destino manifiesto”, del que Walker sería un abanderado.

A mediados del siglo XIX también se estableció la Compañía del Tránsito, que iba a navegar por las costas del Pacífico.

WALKER Y SU “NICARAGÜENSE”


Walker, oriundo del sur de Estados Unidos, desembarcó en junio de 1855 en El Realejo con 55 hombres. Apenas puso los pies en tierra fue nombrado coronel y cuatro meses después, tras escaramuzas en Rivas y Masaya, se tomó Granada.

Meses antes de su llegada, había muerto el caudillo Fruto Chamorro, sobreviviente de la escaramuza contra los democráticos en El Pozo, León, en mayo del 54. En su lugar asumió José María Estrada.

“Los altivos leoneses, después de tantos años de lucha, vinieron a convertirse en siervos del jefe filibustero, de cuyo férreo dominio no podían ni querían sustraerse”, escribió Gámez. La Iglesia, que también lo adulaba, le hacía alhajas para comprar rifles y contratar más filibusteros, según describe Gámez.

Los vapores del Tránsito venían repletos de filibusteros, que querían sumarse a la causa de Walker, que siempre fue muy distinta a los intereses de los democráticos. Fiel a los esclavistas sureños, Walker vino a conquistar Nicaragua —de paso a Centroamérica— y a instaurar la esclavitud. Fue lo que intentó hacer.

Fue en ese tiempo que el filibustero creó el periódico El Nicaragüense. El 75 por ciento de su contenido se escribía en inglés en el que hablaba mal de los nicaragüenses. “Desgraciados”, “afeminados”, eran algunos de los calificativos con que describían a los nacionales.

Apenas un 25 por ciento del periódico se redactaba en “español bárbaro”, que por el contrario se deshacía en elogios para los lugareños.

La prensa internacional, sobre todo la estadounidense, también dedicó acalorados artículos a la presencia de los filibusteros en Nicaragua.

Algunos referían los desmanes del filibusterismo en el pequeño país centroamericano. Describían sus robos, asesinatos, torturas, violaciones. Muchas familias de las principales ciudades, León y Granada, habían huido al campo.

DECLARAN LA GUERRA


Al interior del país crecía el descontento entre timbucos y calandracas con los invasores filibusteros. Jerez fue uno de los que se volteó después de una visita del caudillo hondureño, Cabañas, que había dejado el poder. Jerez renunció a seguir en el gobierno títere de Patricio Rivas que Walker manipulaba a su antojo.

Historiadores como Gámez refieren que la “conducta antipatriótica” de los políticos nicaragüenses, que siempre antepusieron sus intereses particulares a los del país, fue la mejor aliada de Walker, quien en julio de 1856 se proclamó presidente de Nicaragua. Instauró el inglés como idioma, y un mes después instauró la esclavitud. Algunos textos refieren que el filibustero pretendía mandar a 20,000 nicaragüenses para que fueran esclavizados en el sur de Estados Unidos.

En abril y junio, Costa Rica, primero, y luego El Salvador le declararon la guerra. Para septiembre, timbucos y calandracas se pondrían de acuerdo en pelear juntos y recibirían refuerzos de los “ejércitos aliados” de Centroamérica para sacar a Walker, tarea que no resultó fácil.


lunes, 2 de septiembre de 2013

Cual es la verdadera fecha de la independencia de Nicaragua -f


El 15 de septiembre de 1821, Nicaragua como tal, no se independizó de España, puesto que a esa fecha no existía como nación, sino como una provincia parte del Reino de Guatemala, formado por las Provincias Ciudad Real de Chiapas, Guatemala, San Salvador, Comayagua (de Honduras) y la Provincia de Nicaragua-Costa Rica, estas últimas, que se gobernaban como una sola provincia desde Guatemala. Quienes se independizaron fueron ese bloque de provincias, animadas por la declaración de independencia de México.
La declaración de Independencia no era tajante: mencionaba que la declaración dependencia de una futura decisión del Congreso de provincias que se formase, quien la debía ratificar o no.
La independencia de este bloque de Provincias españolas-centroamericanas fue controlada por los funcionarios españoles y criollos parte del aparato colonial, que esperaban que la crisis de poder en España volviera las cosas a su cauce natural: El Reino de Guatemala, unidad político administrativa del poder español, tenía comisionado al español Gabino Gainza como Jefe político de estas provincias. El Acta de Independencia de las Provincias lleva de primer firma la del propio funcionario del imperio español, Gabino Gainza.
El Acta, redactada en parte por José Cecilio del Valle, se preocupa porque el sentido de independencia puede generar la participación popular y salirse del control de las clases pro españolas. Manda literalmente que “el Sr. Jefe Político lo mande publicar para prevenir las consecuencias, que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”.
No hubo independencia tampoco, porque al año siguiente, en 1822, estas Provincias, confirmando lo anterior, decidieron anexarse al Imperio declarado en México por Iturbide a favor de Fernando VII de España o a cualquiera de la casa Borbónica. Estas provincias se “independizaron” de España (dominada por Bonaparte) para sujetarse, a través de la anexión a México, al “Deseado” aspirante a Emperador de España, Fernando VII.
No pudieron haber republicas después del 15 de septiembre de 1821,  bajo un sistema monárquico como el planteado por Iturbide. Confirmando lo anterior, muchos funcionarios y representantes que firmaron el Acta de Independencia, fueron absorbidos por la administración de Iturbide. Por ejemplo, José Cecilio del Valle fue nombrado canciller del Imperio mexicano.
Tampoco al separarse de México, estas Provincias fueron independientes, pues decidieron seguir unidas  (Provincias Unidas de Centroamérica) y pasaron luego a formar una Republica Federal en 1824, que duró hasta 1840.
Nicaragua en particular, es el primer estado de la República Federal de Centroamérica, que declara finalmente su independencia ABSOLUTA de España, de México, de la Federación centroamericana el 30 de abril de 1838.
El 30 de abril de 1838 Nicaragua entra al concierto mundial de naciones como República independiente y soberana. Detrás quedaba históricamente descartada, la República Federal de Centroamérica. Esta es la verdadera fecha de independencia de la nación nicaragüense.

jueves, 22 de agosto de 2013

Cómo se apropió Costa Rica de Nicoya y Guanacaste


El territorio de Nicoya fue descubierto por dos lugartenientes de Pedrarias Dávila en 1519 y desde Castilla del Oro (hoy Panamá). Ellos arribaron al Golfo del mismo nombre, bautizado “de Nicaragua”. De 1557 a 1588 fue parte de la provincia de Nicaragua (la de Costa Rica no existía); de 1589 a 1593 funcionó de apoyo a la colonización del Valle Central de Costa Rica, emprendida desde la ciudad Granada; de 1594 a 1602 se mantuvo unida a la nueva provincia; de 1603 a 1786 permaneció en condición de autonomía y desde el 23 de septiembre de 1786, cuando Carlos III dividió el Reino de Guatemala en cuatro Intendencias, constituyó un Partido de Nicaragua.
Una era la Gobernación Intendencia de Nicaragua, que constaba de cinco partidos: además del de Nicoya, los de León, Sutiaba, El Realejo y Matagalpa. Esta situación se mantuvo en 1813, y de nuevo en 1820 —tras la vigencia de la Constitución de Cádiz— cuando el Reino volvió a dividirse en dos Diputaciones Provinciales: una con sede en la ciudad de Guatemala (abarcando Chiapas, Guatemala, El Salvador y Comayagua) y otra con sede en León (comprendiendo Nicaragua y Costa Rica). La de León, como la de Guatemala, constaba de 7 miembros: uno por León, otro por Granada, otro por Segovia, otro por Rivas, otro por Nicoya (o sea, 5 representando a Nicaragua) y dos por Cartago.
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Por otro lado, existían lazos económicos entre Costa Rica y el Partido de Nicoya desde el afincamiento de hacendados ganaderos de Rivas que culminó en 1769 con la fundación del pueblo de Guanacaste (llamado posteriormente Liberia) y la erección de su ermita. Luego, en 1772, se fundó el pueblo de Santa Cruz. Realmente, a raíz de la guerra entre partidarios y adversarios del Imperio de México (que se dio también en Costa Rica), los habitantes de Nicoya se adhirieron al gobierno de León, sometido a México; luego rompieron con él para unirse al de Granada, que lo combatía; y, durante las subsiguientes “conmociones de Nicaragua” (entre “libres” y “serviles”) decidieron anexarse a Costa Rica.
El acta del 25 de julio de 1824
Las presiones costarricenses no se hicieron esperar. Así surgió el acta del 25 de julio de 1824, por la cual el Ayuntamiento de Nicoya decidía anexarse al Estado vecino, después de rechazar en cabildo abierto dicha anexión veintiún días antes. Intereses de varios sectores influyeron en la decisión tomada, argumentando las ventajas comerciales que podían proporcionarles el puerto de Punta Arenas, la administración de Justicia y la “seguridad, quietud y régimen político”, ausentes en la convulsiva Nicaragua. El municipio de Santa Cruz decidió seguir los pasos de la Villa de Nicoya en Acta del 27 de julio del mismo año, con la renuencia del barrio de La Costa; pero el 9 de agosto la anexión fue ratificada.
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Así las cosas, el 9 de diciembre de 1825 el Congreso Federal decretó: “Por ahora, y hasta que se haga demarcación del territorio de los Estados que previene el Art. 7º de la Constitución, el Partido de Nicoya continuará separado del Estado de Nicaragua y agregado al de Costa Rica”. Pero dicho decreto —que establecía una suerte de fideicomiso— no fue sancionado por la Asamblea de los Estados respectivos, como lo pretendía la Carta Fundamental de Centroamérica.
Nicaragua reclamó vigorosamente ante el Congreso Federal que tomaría en consideración la protesta enviándola a comisión, la cual dictaminó favorablemente a los derechos de Nicaragua. Costa Rica también antepuso el “por ahora” al artículo en que demarcaba su territorio —el mismo de la época colonial— de su primera Constitución del 21 de enero de 1825. No incluyó la posesión de Nicoya, anexada a Costa Rica en el acta del 24 de julio de 1824 “para mientras se restablecía el orden en Nicaragua”. Contra esa acta también se había elevado otra, firmada igualmente por nicoyanos y guanacastecos, dirigida al mismo Congreso Federal, hallándose entre sus firmantes el “Pbro. Pedro Avendaño, cura de la Provincia de Guanacaste”.
Costa Rica, el uso de la fuerza y la amenaza
En reunión del 5 de agosto de 1826, los vecinos de Santa Cruz suscribieron una exposición al gobierno federal en la que pedían derogar el decreto del 9 de diciembre anterior y aclaraban que fue una minoría la que había solicitado la anexión a Costa Rica. Lo mismo afirmaron los vecinos de la villa de Guanacaste el 15 del mismo mes, reunidos dentro de la iglesia parroquial, previa misa celebrada por el cura José Santiago Mora. Allí se acordó suspender el juramento que exigía Costa Rica, puesto que consideraban que la anexión no era perpetua, sino temporal.
Ante esta actitud, el gobierno costarricense organizó una tropa de 150 hombres al mando de Pedro Zamora, quien expidió el siguiente úkase: Cuartel General, Nicoya, septiembre de 1826. Por esta mi orden comparecerán todos los vecinos de Santa Cruz (digo los que no hubieran jurado a este pueblo el dieciséis de éste) a celebrar la jura el diecisiete, prometiendo a los que así lo hicieren verlos como vecinos obedientes, y a los que no, pasar con las bayonetas a esa costa, embargar sus bienes, quemar sus casas y traer sus familias a morar a este pueblo. Los vecinos respondieron: Prestaremos el juramento en virtud de la fuerza con que se nos obliga. A este sometimiento a la fuerza, siguió el gobierno de Costa Rica aplicando medidas de terror.
Los continuos reclamos de Nicaragua
Desde entonces, pese a sus disturbios intestinos, Nicaragua siempre reclamó Nicoya. Así lo hizo el 3 de enero de 1826 Pedro Benito Pineda, recordando que también el partido nicaragüense de Segovia estuvo agregado al de Honduras un año, pero que había vuelto al dominio de Nicaragua. La comisión de la Constituyente sostuvo que de los tres municipios (Nicoya, Santa Cruz y Guanacaste) tan sólo algunos de los ciudadanos del primero querían permanecer agregados a Costa Rica. El Ministro General Miguel de la Cuadra reiteraba el mismo concepto del 19 de mayo de 1826. Y el 2 de junio de 1830, otro Ministro General insistió en el carácter provisional de la agregación de Nicoya y que Costa Rica debía obrar como el Partido de Segovia.
El 5 de enero de 1843 partió de León hacia Costa Rica una misión oficial encabezada por Toribio Tijerino. Fundamentalmente, intentaría conseguir la devolución del antiguo partido de Nicoya, ya denominado Departamento de Guanacaste. Tijerino fue mal recibido, pasaban intimidando tropas armadas, echando a correr el rumor de que irían pisando los talones del diplomático nicaragüense.
Tijerino cuestionó la legitimidad de las actas de los cabildos nicoyanos, por ser producto de amenazas por parte de las autoridades costarricenses. El 24 de diciembre de 1842 el jefe de Estado, José María Alfaro, ofreció 500 pesos y un empleo a quien quitase la vida al individuo que osara negarse a juramentar el decreto. En su Constitución de 1844, Costa Rica incluyó en su territorio el departamento de Guanacaste. Pero, en el Tratado de Masaya de 1846, aceptó la propuesta de Nicaragua: que la cuestión de Nicoya la solucionasen tres árbitros, dos de ellos centroamericanos. En 1848 prefirió una potencia extranjera designada por ambas partes. Sin embargo, la apropiación ya era una realidad.
El primer ejército moderno de Centroamérica
Esa apropiación, en su etapa final, se le debe a Juan Rafael Mora, mandatario por diez años de su país. “Don Juanito” fundó el primer ejército nacional moderno de Centroamérica. En 1851 comenzó a comprar equipo bélico en Inglaterra y sumaba 5,500 hombres. En 1852 los entrenaba un militar ruso. En 1854 la tropa era de 6,500 efectivos: casi el diez por ciento de la población del país.
¿Y todo para qué, si no había señales de agresiones filibusteras? Para servir de amenaza a Nicaragua, consolidar de iure la posesión de facto del ex llamado Partido de Nicoya y ahora Provincia de Guanacaste; y para expandir la frontera norte por la fuerza. Mora logró todo eso. En mayo de 1854, ante la inminente contienda interna de Nicaragua, se anexó Nicoya y Guanacaste, bautizando a este territorio Moracia (en honor suyo). Para entonces ya había hecho fracasar la misión de Dionisio Chamorro, enviada por su hermano Fruto, para arreglar los límites de ambos países. Todas sus propuestas fueron rechazadas.
El 22 de febrero de 1854, Chamorro estimó conveniente protestar: Si Costa Rica, como es de suponerse, declara la guerra a Nicaragua y se dispone a reconquistar el Partido de Nicoya, protesto solemnemente, y a la faz de todas las naciones, que será responsable ante Dios y los hombres de toda la sangre fraternal que se derrame. No hubo tal derramamiento. Sin embargo, tres meses antes de iniciarse la guerra fraticida de sus vecinos, Mora tomó partido por el bando leonés. Un prusiano, al frente de soldados costarricenses, plantó la bandera tica en una isla del río San Juan; otro prusiano emprendió la construcción de un camino en la margen meridional del Lago; flagrantes usurpaciones furtivas de la soberanía nicaragüense que tenían en el objetivo de echar a andar el proyecto de la “Costa Rica Transit Company”, de empresarios estadounidenses, a través de la cual Mora pretendía disputar la ruta interoceánica a la compañía que funcionaba en Nicaragua desde 1851.

Mora y su expansionismo

Costa Rica pegó el grito al cielo cuando 49 soldados leoneses huyeron hacia su país, tras la batalla de Rivas el 29 de junio de 1855, mostrándose los ticos impacientes para estrenar los cañones de campaña, morteros, obuses y rifles Minié. Su Ejército era ya de 7,000 hombres. Al concluir la cosecha del café, el 27 de febrero de 1856, Mora declaró la guerra “contra la República de Nicaragua”, cuyo gobierno presidía Patricio Rivas, aunque controlado por William Walker. “No vamos a lidiar por un pedazo de tierra. Vamos a luchar para redimir a nuestros hermanos de la más inicua tiranía” —proclamó Mora el 1º de marzo de 1856. Los poderosos hermaniticos, aprovechando nuestro conflicto para apoderarse de la ruta del canal y del tránsito.
Mora intervino en los cruentos y complejos acontecimientos de Nicaragua entre 1855 y 1857, apoyado por la intromisión de Inglaterra y desplegando una diplomacia expansionista. Así firmó dos nuevos contratos canaleros en San José: el 4 de diciembre de 1856 —en plena Guerra Nacional antifilibustera—, y el 12 de julio de 1856 con súbditos británicos. Mientras tanto, el 6 de julio de 1857, en un tratado bilateral entre ambos países, el Juárez-Cañas —ya expulsado el filibustero Walker—, y quedando Costa Rica en posición ventajosa ante la postrada Nicaragua, ésta tuvo que entregar su Distrito de Nicoya (como figuraba en su mapa oficial de 1855) “para siempre”. Pero Costa Rica no ratificó dicho Tratado, ya que no satisfacía sus pretensiones en el río San Juan. El objetivo del presidente Mora era convertir en condominio el río y posesionarse de la ribera meridional del Gran Lago.
El 14 de octubre de 1857, Costa Rica dio un ultimátum para que el gobierno de Nicaragua entregara el puerto lacustre de San Carlos, hecho considerado por el presidente Tomás Martínez una declaración de guerra. El diálogo suplió las armas, y en Rivas, el 8 de diciembre de 1857, José María Cañas y el propio Martínez firmaron el tratado Martínez-Cañas, reconociendo Costa Rica los límites del Juárez-Cañas y devolviendo el Castillo Viejo, tomado antes de concluir la Guerra Nacional antifilibustera con el apoyo privado del empresario estadounidense Cornelius Vanderbilt. Una vez más, el Congreso tico no reconoció el nuevo tratado.
El 18 de enero de 1858, Nicaragua nombró comisionados. Entonces Máximo Jerez, Plenipotenciario de nuestro gobierno, firmó en San José con José María Cañas el 15 de abril de 1858 el Tratado Jerez-Cañas, quedando definitivamente resuelto el litigio con Costa Rica por la posesión de Nicoya. El artículo segundo definía las fronteras. Costa Rica obtuvo una respetable ganancia territorial, pero Nicaragua puso coto a la pretensión costarricense del río San Juan.