viernes, 14 de septiembre de 2012

El Sargento Andrés Castro: vida y gesta en San Jacinto



Poco se menciona y menos se conoce la vida del Sargento Primera Andrés Castro Estrada. En Managua, su ciudad natal, no se ha bautizado ni una sola calle con su nombre. La política de turno erige monumentos a los «héroes» que han matado a nicaragüenses defendiendo regímenes oscuros; no existen monumentos a los héroes verdaderos que han defendido la soberanía patria nicaragüense de invasores extranjeros. Ese monumento a Andrés Castro, a la entrada de la hacienda San Jacinto (foto), no lo erigió ningún gobierno, sino los estudiantes y maestros del Instituto Nacional Central Ramírez Goyena en 1956, conmemorando el centenario de la Batalla de San Jacinto y la estatua es obra de escultora Edith Gron.
Andrés Castro Estrada nació en 1831 en la ciudad de Managua, don Regino Castro fue su padre y doña Javiera Estrada, su madre. Castro fue reclutado a los 23 años en el ejército Legitimista del Gral. Fruto Chamorro Pérez para atacar a los insurectos Democráticos que se rebelaron contra el régimen de Chamorro Pérez quien murió tras ser derrotado en Occidente. Al comenzar la guerra contra los filibusterios de William Walker, el joven Castro se presenta ante el Gral. Tomás Martínez Guerrero y se integra de lleno a la guerra, distinguiéndose el 21 de Octubre de 1855 en el combate contra los norteamerianos en Tipitapa y como consecuencia fue ascendido a Sargento Primero.
Pero fue en la Batalla de San Jacinto donde Andrés Castro encontró su ingreso a la inmortalidad. En el Parte de Guerra de San Jacinto, el Gral. José Dolores Estrada relata la acción heróica del Sargento Castro...

«el muy valiente sargento primero Andrés Castro, quien por faltarle fuego a su carabina, botó a pedradas a un (norte) americano que de atrevido se saltó la trinchera para recibir su muerte».

En San Jacinto la lucha fue total y a muerte. La superioridad en hombres y armas de los filibusteros no permitía dar tregua. Cuando Andrés Castro se enfrentó a un filibustero armado con un -entonces-- moderno revólver. Arma desconocida en Centroamérica y con ella apuntó al pecho desnudo del Sargento Castro, que no tuvo tiempo de recargar su viejo fusil de chispero ni tenía al yankee al alcance de su cutacha. Impelido por la defensa de su vida amenazada por el revólver del yankee, veloz como un relámpago, recogió una piedra del corral y la disparó con fuerza y precisión, impactando la frente del invasor que cayó sangrante, pero aún tienía el revólver en la mano y por ello lo remató con la cutacha.

El Sargento Primero Andrés Castro Estrada tenía 25 años cuando luchó contra los invasores norteamericanos en San Jacinto donde resultó herido en una pierna, pero no recibió ningún ascenso.

Tres meses después de San Jacinto, en Diciembre de 1856, se casó con Gertrudis Pérez, también de Managua.

Casado y con dos hijos, Andrés Castro adquirió una finquita al Sur Oeste de Managua, en un rincón de donde después fue la hacienda El Retiro, propiamente cerca de donde estuvo el Hospital El Retiro.

Como el heróico Sargento Andrés Castro no era granadino ni pertenecía a las oligarquías de la época, sino un obrero de Managua, su genealogía se disipó con el tiempo, pero su gesta la recogió con veneración su pueblo.

Andrés Castro fue atacado por la espalda por un anónimo enemigo cuando transitaba hacia Las Sierras de Managua. Murió en 1876 cuando apenas tenía 45 años de edad. Sus restos están enterrados en el Panteón San Pedro de Managua.

Ningún gobierno ha publicado ninguna biografía ni bautizado calles ni le ha levantado un monumento en su Managua natal. 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El general Luis Mena y la guerra de 1912



La llamada “Guerra de Mena” —de la cual se derivó la gesta de Benjamín Zeledón en defensa de la soberanía nacional y cuya consecuencia fue la consolidación de la oligarquía conservadora bajo la tutela de Estados Unidos— todavía no es muy conocida. Tampoco ha trascendido a la conciencia colectiva el nombre de su principal protagonista, excepto en la frase coloquial: “¡Esta, dijo Mena!”
¿Quién era Mena?
Luis Mena era granadino, pero de Nandaime. Debió nacer en 1865, pues en 1911 frisaba los 46 años. Su padre, dueño de una mediana hacienda ganadera, había sido alcalde de su ciudad natal. Según Carlos Cuadra Pasos, “tuvo una niñez rústica en Nandaime. Apenas pasó los cursos de primaria en las escuelas públicas”; más tarde Mena formaría parte de los pioneros del cultivo del banano en la región de El Rama; así en 1894 —a sus 29 años— participó en la Reincorporación de La Mosquitia.
Con ello adquirió figuración suficiente para su ascenso social “que él logró contrayendo en Granada un matrimonio ventajoso con una hija del general Eduardo Montiel” (1835-1900). Margarita se llamaba y era hija fuera de matrimonio. Tres hijos nacieron de esa unión. Pero los aristocráticos granadinos lo tildaban de “negro” y de “indio semisalvaje”, no apto para pertenecer a su círculo civilizado.
En su carácter de militar conservador, Mena combatió el régimen de J. Santos Zelaya. Por ejemplo, el 30 de junio de 1902, desde Bocas del Toro, Panamá —entonces Colombia— zarpó en el cañonero “Pinzón”, comandado por el general colombiano Luis Gómez; en él iban otros expatriados nicaragüenses antizelayistas. El 7, cerca de El Bluff, el “Pinzón” desembarcó más de 30 hombres; mas fueron capturados —entre ellos Mena— y algunos muertos. Poco después, Mena y Reyes lograron escapar de la cárcel de Bluefields.
Pero el cargo más alto que obtuvo fue el de General en Jefe de los Ejércitos Revolucionarios durante la revuelta libero-conservadora contra Zelaya, iniciada en octubre de 1909 y concluida en agosto de 1910. De hecho, correspondió ser la figura bélica de mayor relevancia en dicha revuelta, ya que su rival Emiliano Chamorro había sido derrotado por las fuerzas del doctor José Madriz en la batalla de Tisma. Tal fue el origen de la hegemonía del general Mena, como se verá, a lo largo de 1911 y la mitad de 1912.
“La guerra a Mena”
Transcurrida la guerra que lleva su nombre, Mena vivió hasta mediados de 1913 como prisionero del Gobierno estadounidense de la zona del Canal de Panamá. Hacia allí lo habían conducido los marines, partiendo de Corinto en el barco de guerra Cleveland, el 26 de septiembre de 1912. Lo acompañaba su hijo Daniel Mena Montiel.
Tras un tiempo en Costa Rica, regresó a Nicaragua. En 1918, ya retirado de la política, poseía una hacienda junto al Paso de Panaloya, al norte del departamento de Granada. En una ocasión se encontró con Cuadra Pasos, dueño de otra propiedad cercana: —¿Cuándo es que naciste, Pablito?— le preguntó Mena al hijo mayor de Cuadra Pasos, entonces de seis años. —Yo nací cuando la guerra de Mena. Entonces el exgeneral le dijo: —Mirá Pablito, dile a tu papá que te enseñe bien la historia de Nicaragua para que diga la guerra a Mena.
En su hacienda, discutiendo con un vecino, murió de un balazo Luis Mena el domingo 20 de marzo de 1928. Sin pena ni gloria. Tenía 63 años.
Hegemonía del “Dictador Verde”
Mena fue uno de los cuatro líderes que firmaron los Pactos Dawson (octubre de 1910) que implantaban la Diplomacia del Dólar en Nicaragua; y pronto impuso su hegemonía: era dueño de las armas (como Ministro de Guerra), manejaba la Asamblea Nacional Constituyente y distribuía entre sus amigos los dineros de la Tesorería Nacional, que llegaron a sumar —entre legales y falsificados— 45 millones de pesos. Para contrarrestar la fortaleza de Mena, a quien sus partidarios llamaban el “Dictador Verde”, Díaz recurrió al apoyo estadounidense y así pudo evitar que Mena llegase a la Presidencia. Lo mismo hizo el clan Chamorro. “Ya Luis Mena está enrollando su trompo —dijo Emiliano en una reunión del clan. —¿Qué debemos hacer? ¿Lo dejamos que tome el poder, o nos oponemos a él?” La respuesta del clan fue unánime en su decisión de impedir que Mena fuera presidente.
El menismo en Granada
La guerra fue corta y terrible. Duró todo agosto, septiembre y primeros días de octubre, precedida por un fenómeno incidental que contribuyó a desatar el hambre: una sequía, iniciada en mayo. Sus pérdidas materiales fueron calculadas en dos millones de dólares y las humanas entre cuatro mil y cinco mil muertos. El comercio exterior se paralizó cuatro meses. Los obreros agrícolas fueron reclutados por las fuerzas en pugna, el menismo perpetró saqueos (en León y Granada principalmente) y la élite gobernante fue sometida a diversas formas de humillación y agresiones, sobre todo en la misma Granada.
Allí los responsables de esa violencia fueron los conservadores menistas o nuevos ricos, liberales y artesanos que actuaban por su cuenta, lo mismo que la tropa. Se trató, en realidad, de un asalto revolucionario al orden social jerárquico. En su libro Enfrentando el sueño americano, lo refiere el historiador suizo Michel Gobat; pero los ejemplos se localizan también en el Boletín del Ejército, órgano del Gobierno de Díaz. Se violaron a niñas de colegio, se pusieron a desfilar desnudos desde sus casas al cuartel de San Francisco a prominentes comerciantes, se obtuvieron rescates en miles de pesos de los prisioneros políticos para libertarlos de las torturas, el robo no respetó a los extranjeros, etc., etc.
En el Boletín del Ejército, núm. 4, del 1ro. de septiembre de 1912, se lee: Hoy Granada contempla a sus hijos más estimados en el fondo de la cárcel; sus capitales, sus haberes están pasando en manos de la demagogia imperante; los niños vagan por las calles en súplica de alimentos; las clases pobres se desprenden de sus modestísimas alhajas para trocarlas por caros comestibles.
Hechos clave
El menismo —integrado por liberales y conservadores partidarios del exministro de Guerra general Luis Mena— se enfrentó a las fuerzas del presidente Adolfo Díaz a partir del 29 de julio cuando fue destituido de su cargo y decidió acuartelarse en Granada, habiendo trasladado previamente gran parte del armamento y pertrechos custodiados por su hijo Daniel. Pero si Mena dominaba en Granada y Zeledón en Masaya —tras su fracasada toma de Managua del 11 al 14 de agosto—, El Bluff, en la Costa Atlántica, había caído en poder del coronel menista José Surribes. Otro coronel menista, Crisanto Zapata, se había apoderado de la fortaleza El Castillo sobre el río San Juan. Los liberales menistas de León, a partir del 17 de agosto de 1912, derrotaron a los diístas matando a su jefe el general hondureño Juan Manuel Durón. Otros grupos del “Ejército Aliado”, después de cruenta lucha, se apoderaron de Chinandega y también de Rivas. Todos ellos deseaban la Presidencia al general Luis Mena, como había designado la Asamblea Nacional Constituyente con funciones de Legislativa. Mena tomaría el cargo el 1ro. de enero de 1913 y tres meses después convocaría a elecciones.
“La presencia de las tropas regulares de Estados Unidos hizo cambiar el carácter civil de la contienda, por una jornada nacional en que patriotas de todos los partidos políticos se aprestaban a combatir en defensa de la soberanía” —resumió Mena en su carta al presidente Wilson en marzo de 1913. En efecto, cuando el “Ejército Aliado comenzó a capturar los vapores del Gran Lago y a convertirlos en barcos de guerra, el presidente Díaz solicitó la intervención armada de los Estados Unidos, el 3 de agosto.
El mayor Butler en Nicaragua
Díaz fue prontamente atendido. El 4 de agosto una pequeña fuerza de chaquetas azules del Annapolis desembarcó en Corinto dirigiéndose inmediatamente a Managua para custodiar la Legación y el Gobierno de Díaz, refugiado en ella. Tres días después una fuerza combinada de marinos e infantes de Marina del Tacoma ocupó Bluefields. El 14 de agosto, un batallón completo de la Infantería de Marina, comandada por el mayor Smedley D. Butler, desembarcó en Corinto.
En Granada, Mena permanecía postrado, enfermo de fiebres reumáticas —tenía 47 años— en su cuartel del Convento de San Francisco. Hasta allí había llegado el 16 de agosto Butler con la demanda de que “entregara sus tropas al Gobierno”, la cual Mena rechazó. Butler, desde Managua, trató de reabrir las comunicaciones con Corinto, donde estaban desembarcando más tropas norteamericanas. Los liberales, en control de León, las habían cortado. Cuando una pequeña fuerza de los Infantes de Marina intentó la toma del tren en las afueras de León, fue obligada a regresar a pie a Managua. Esta retirada humillante enfureció a Butler. Tomando a su cargo una tropa suficientemente numerosa, Butler marchó hacia León, forzando al “Ejército Aliado” a rendirse. De esta forma, reabrió la línea férrea por la cual entrarían al país, en total, 412 marines y 2,600 soldados, además de grandes cantidades de pertrechos bélicos, para reforzar a las tropas del Gobierno de Díaz, comandadas por el general Emiliano Chamorro.
“Un pandillero al servicio del capitalismo”
Butler fue el jefe estadounidense que se tomó El Coyotepe el 4 de octubre de 1912 y, hasta ahora, ha sido el militar más condecorado de su país. De él es famosa su declaración al Congreso en 1935: He servido durante 30 años y 4 meses en la unidad más combativa de las fuerzas armadas norteamericanas: en la Infantería de Marina. Tengo el sentimiento de haber actuado durante todo ese tiempo como bandido altamente calificado al servicio de los grandes negocios de Wall Street y sus banqueros. En una palabra, he sido un pandillero al servicio del capitalismo. En 1914 afirmé la seguridad de los intereses petroleros en México, Tampico en particular. Contribuí a transformar a Cuba en un país donde la gente del National City Bank podía birlar tranquilamente los beneficios. Participé en la “limpieza” de Nicaragua, de 1909 a 1912, por cuenta de la firma bancaria internacional Brown Brothers Harriman. En 1916, por cuenta de los grandes azucareros norteamericanos, aporté a la República Dominicana la “civilización”. En 1923 “enderecé” los asuntos de Honduras en interés de las compañías fruteras norteamericanas. En 1927, en China, afiancé los intereses de la Standard Oil. Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás considero que podría haber dado algunas sugerencias a Al Capone. Él, como gángster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, operé en tres continentes. El problema es que cuando el dólar americano gana apenas el seis por ciento, aquí se ponen impacientes y van al extranjero para ganarse el ciento por ciento. La bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera.