domingo, 4 de diciembre de 2011

Cleto Ordóñez: primer caudillo popular de Nicaragua



El Cabo de Artillería se alzó contra la injusti-cia, destruyó escudos, títulos nobiliarios, y se convirtió en el primer caudillo popular de Nicaragua, con una clara definición por los más desprotegidos en la escala social que dejó la monarquía española. Fue hijo del español Diego de Irigoyen, quien se hizo párroco de Managua, y de una negra. El mulato, fue el representante más idóneo de la composición racial de la Nicaragua de fines de los siglos XVIII e inicios del  XIX

La Academia de Geografía e Historia de Nicaragua organizó un debate historiográfico sobre la actuación histórica de Cleto Ordóñez (Granada, 1778-San Salvador, 1839), figura clave de Nicaragua a raíz de la independencia. Coordinador del evento, el suscrito señaló la complejidad de ese proceso formativo del Estado-Nación de Centroamérica, entidad política plasmada en la Constitución de las Provincias Unidas de Centro de América, el 22 de noviembre de 1824.
A partir del 1° de julio de 1823, tales provincias se habían independizado en forma absoluta tanto de España como del Imperio de Agustín de Iturbide, al que estuvieron adscritas desde el 5 de enero de 1822, cinco meses después de la proclamación en Guatemala de la independencia de la monarquía española, el 15 de septiembre de 1821. Por tanto, en menos de cuatro años, quienes habitaban el territorio del Istmo centroamericano fueron vasallos del rey de España, ciudadanos independientes de esa potencia europea en crisis, súbditos del Imperio Mexicano y ciudadanos de la Federación. Es decir, cuatro identidades políticas distintas a la que siguió una quinta: ciudadano del Estado de Nicaragua, surgido cuando fue decretada su primera constitución el 8 de abril de 1826.

[Cabrales y su premisa compartida]
Asimismo, el suscrito hizo un resumen de la bibliografía historiográfica sobre Ordóñez, destacando la semblanza de Luis Alberto Cabrales (1901-1974), publicada en 1958 con otras nueve microbiografías de próceres nacionales. “Cleto Ordóñez —afirmó— es el primer caudillo popular de Nicaragua, y el heroico defensor del régimen republicano de la lucha contra los imperialistas, partidarios de Iturbide”. Esta premisa fue compartida por todos los expositores.
El Plan de Iguala
Cabrales se refería al Plan de Iguala, firmado el 24 de febrero de 1821 en México, entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero. Llamado también de “Las tres garantías” (religión, unión, independencia), dicho Plan condujo a los criollos guatemaltecos a entenderse con el último representante de la monarquía española, Gabino Gainza, para proclamar la independencia en esos términos. Así lo había realizado el Estado de Chiapas, perteneciente a dicho Reino.
Pues bien, el 15 de septiembre asistieron en la capital de Guatemala dos bandos: unos pocos que se oponían a la independencia (altos funcionarios y eclesiásticos obstinados, más algunos comerciantes españoles monopolistas) y la mayoría que la consideraba impostergable y habían llegado a proclamarla siguiendo la orientación monárquica del Plan de Iguala. A este segundo bando pertenecía el propio Gainza, quien encabezaba la línea criolla, concepción independentista oficial: planeada previamente por peninsulares y españoles americanos, predominaba entre todas las autoridades coloniales.

La presión del tercer bando no invitado
Sin embargo, un tercer bando —que no estaba invitado— presionó a la última hora para que se variase de criterio, y las mismas autoridades tuvieron que proclamar la independencia tal como la concebían los liberales: sin anexión, o sea: en forma absoluta. Ante la exigencia de la plebe, acaudillada por elementos de la capa media alta urbana —como el doctor Pedro Molina (1777-1854) y su esposa Dolores— la actitud de los criollos tuvo que ceder. De manera que en esta ocasión triunfó la línea independentista liberal.
Pero el 5 de enero de 1822 se impuso el plan anexionista. En esa fecha, los criollos guatemaltecos se adhieren al Plan de Iguala, que proponía como Emperador al propio Fernando VII o a otro miembro de la familia reinante. En León, desde octubre de 1821, la Diputación Provincial, el clero y el claustro de la Universidad habían jurado “la absoluta independencia del gobierno español bajo los auspicios del imperio mexicano”. Optaron por la anexión. Dos de sus principales representantes eran el obispo Nicolás García Jerez (1757-1825) y el intendente Miguel González Saravia (ambos españoles y acérrimos defensores del abolido antiguo régimen).

El triunfo de Ordóñez y el saqueo como botín político
En ese marco de la nueva pugna entre anexionistas y republicanos surgió Cleto Ordóñez como líder de los barrios granadinos y aliado con algunos criollos liberales, entre ellos Juan Argüello y Manuel Antonio de la Cerda (protagonistas del movimiento insurgente de 1811 y 1812). Encabezando el bando republicano, Ordóñez rechazó militarmente en Granada a las fuerzas de González Saravia, el 13 de febrero de 1823. Pero este triunfo desató el saqueo y la expropiación como botín político. Sus partidarios allanaron 39 casas adineradas. Concretamente, mujeres del pueblo se apropiaron de alhajas, telas, vestidos, muebles, enseres de cocina y alimentos; con ellos, en suntuosos banquetes improvisados, se obsequiaba a la muchedumbre manjares y licores de la mejor calidad.

El testimonio de don Pedro Molina
Ordóñez se había tomado el Cuartel de Granada el 23 de enero de 1823 proclamando la república. En sus memorias, Pedro Molina lo consignaría: “Desmoronábase ya el Imperio mexicano, cuando el caballero de Granada [Crisanto Sacasa] imaginó evadirse del pago de una gruesa suma, suscitando una conmoción popular a efecto de que se persiguiese a su acreedor. Por ello se confabuló con un hombre atrevido y de talento que deseaba, por motivos más nobles, arrebatar su patria al yugo imperial, para que se echase sobre el Cuartel de la Guarnición. Sucedió así, y los cabecillas de la conspiración lograron sus fines, escondiéndose el primero y poniéndose al frente el segundo. Este fue Cleto Ordóñez, que de cabo primero de artillería pasó a comandante de las armas granadinas.”
[Los aportes de Reyes Monterrey y Kinloch Tijerino]

Basado en este fehaciente testimonio, el catedrático de la UNAN-Managua, José Reyes Monterrey (1931) observó que dicha iniciativa elevaría a Ordóñez a un primer plano, asumiendo desde entonces la dirección del movimiento popular. Frances Kinloch Tijerino (1949), investigadora del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica-UCA, anotó dos elementos en las fuerzas ordoñistas durante la subsecuente guerra civil de 1824: la participación indígena y el contenido anticlerical.

En efecto, indios flecheros de diferentes zonas (Monimbó, Camoapa, Boaco, Matagalpa y Ometepe) se unieron a sus filas. Y en la crónica en verso del presbítero Desiderio de la Cuadra (1786-1849), este calificó al bando de Ordóñez (o “cletino”) enfrentado al sacasismo (fuerzas lideradas por el criollo Crisanto Sacasa, expartidario del imperio mexicano) de “eclesiasticida”, “hereje”, “materialista” y “anticristiano”. Sencillamente, el ordoñismo combatía la resistencia monarquista del clero colonial.
“¡Abajo los dones!”
Otro elemento del ordoñismo fue el resentimiento social antinobiliario. Pero no se manifestó sino después de que la Asamblea Nacional Constituyente de la Federación Centroamericana decretase la abolición de todos los tratamientos de Majestad, Excelencia, Señoría, etc. Quedó abolida, asimismo, la distinción de Don, no debiendo tener todos los individuos de la república otro título que el de Ciudadano. La consigna era “¡Abajo los dones!”.
En ese contexto, Ordóñez decidió destruir los escudos y otros distintivos nobiliarios de algunas familias granadinas de origen español (exceptuando las de sus aliados). La orden correspondiente a la de Pedro Chamorro, del 23 de noviembre de 1823, y dirigida al presbítero Ignacio Solórzano, decía: “Siendo las insignias de condecoración y además de distinción, e igualmente las armas Imperiales y del antiguo Gobierno Hispánico, monumentos tristes de la opresión y degradación, muy contrarias al liberalismo actual del sistema: debiéndose dar puntual cumplimiento al decreto de la A. N. C. del 4 del corriente; espero que usted como encargado de la casa e intereses del señor Pedro Chamorro, se servirá disponer que dentro de tres días haga desaparecer de la portada de dicha casa las armas que esculpidas en piedra, y aún en lo interior de aquellas pintadas en lienzo [pared], hacen la significación más vilipendiosa en el siglo de las luces y de la despreocupación, que se resiente aun en el recuerdo de injustas distinciones”.

Ordóñez y su personalidad carismática

Según el doctor Antenor Rosales (en su artículo del NAC, publicado el 28 de marzo de 1998), Ordóñez era hijo de aristócrata y mujer humilde. Se hacía querer de las clases superiores y de las medianas e inferiores. Alternaba con los miembros del estrato más grande de Granada, en cuyo barrio Santa Lucía había nacido, siendo hijo del capitán español Diego de Irigoyen —quien sería párroco de Managua— y de una negra; por tanto, era mulato e ilegítimo. Así lo puntualizó Eddy Kühl, autor de una reciente semblanza de Ordóñez.
En este sentido, su actuación política significaba el ascenso o movilidad social de ese grupo numeroso que constituía una realidad desde finales del siglo XVIII. La plebe ladina o mulata formaba en 1808 —según los datos de Domingo Juarros—, la mayoría de los habitantes de León y de Granada. En León, sin contar el pueblo indígena de Sutiaba, vivían 5,740 mulatos, mientras los españoles eran 1,061, los mestizos 626 y los indios 144; y en Granada se contaban 4,775 mulatos, 1,965 indios (en Jalteva), 960 mestizos y 863 españoles (europeos y criollos). Una mayoría de mulatos o ladinos, que en 1820 llegó a sumar el 84% de la población de la provincia.
Para entonces, Ordóñez —reducido a la servidumbre desde niño— era veterano de la milicia colonial —una de las pocas opciones que ofrecía el sistema a su estrato— llegando a obtener el grado de Sargento, y la habilidad de artillero.

Pero era rebelde, y por ese motivo permaneció preso en un calabozo del puerto de Trujillo, Honduras, de donde se fugó con la ayuda de unos negros, y la salida repentina al aire le produjo estrabismo, por el que le llamarían “el tuerto Ordóñez”. También había sido pequeño comerciante, realizando viajes a Belice e introduciendo de contrabando mercancías inglesas a Matagalpa y Las Segovias; ello le facilitó la adquisición de una “pequeña fortuna y roce social que le daba cierta superioridad”, según el cronista Francisco Ortega Arancibia, quien agrega:
Hijo del pueblo y con grandes simpatías en las masas, Cleto Ordóñez gozaba de muchas consideraciones en las casas de las familias ricas, como la del coronel Sacasa y otras…
En otras palabras, hacia 1821 Ordóñez no solo había superado las posibilidades económicas que limitaban a la gente de su extracción social y racial, sino que imponía su personalidad en todos los estratos. Asimismo, era médico herbolario, es decir, curandero; poeta espontáneo —autor de unas décimas a la Libertad— y orador de barricada.

“Tomaba las alturas de las plazas o en las esquinas lo subían sobre sus hombros los soldados para que arengara a las masas, y con su ardiente palabra encendía el fuego del entusiasmo en el pecho de los patriotas granadinos”.

Además, pulsaba la guitarra, paseaba, jugaba, mas no era aficionado al licor. “Sus vicios dominantes eran el fumado y el amor libre”.

“Árbitro de los destinos del país”
He ahí el retrato de esta figura carismática y popular que “encarnó la revolución de la Independencia” y representó “realmente al pueblo de los barrios granadinos y al de Nicaragua en general, anarquizados por la división de los señores principales”, puntualiza Jerónimo Pérez. O sea que, optando por la tendencia afín de su interés de clase, tomó la decisión de enfrentarse a los “serviles aristócratas”; así denominaba al bando de cohesionado por Crisanto Sacasa. Porque él se consideraba libre y creía en los principios liberales, como la igualdad ciudadana, aunque careciese de formación intelectual. En el fondo, su liberalismo era de carácter instintivo e intuitivo, sustentado en su inteligencia natural y en su capacidad de convocatoria entre la mayoría ladina y otros militares, como él. Y así llegó a ser el caudillo de los liberales rojos y árbitro de los destinos del país, y a tener el reconocimiento el prócer independentista Pedro Molina, quien en una carta que le dirigió desde Guatemala el 22 de julio de 1823, le decía: “Ambos somos liberales: ruego a Dios guarde su vida muchos en defensa de la patria”.



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